Por: Tatiana Yelena Rodríguez Mojica. @tatiana_tatiy

“No salga, es peligroso; puede ir con su novio, pero cerca, al centro comercial; no puede llegar tarde, ni se le ocurra quedarse en la casa de su novio”. “No, ella no ha tenido relaciones sexuales, tiene 30 años, pero es una niña, es un ángel; estando así es mejor que no tenga hijos”. “No se maquille, mucho menos use tacones, ni mini falda, le puede pasar algo; pobrecita, tan bonita, lástima que esté así; los hombres se pueden aprovechar de usted, por su discapacidad debe tener cuidado”.

Las mujeres con discapacidad estamos cansadas que se nos diga qué hacer, que hablen de nosotras y de lo que se cree que más nos conviene, que tomen decisiones sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, que se nos mire con lástima, que por el desconocimiento se validen prácticas violentas sobre nosotras y que se nos vulneren todos los derechos.

En los medios de comunicación se resaltan historias de mujeres empoderadas y exitosas, se presentan cifras sobre la desigualdad salarial con respecto a los hombres y el horror que nos flagela sobre los feminicidios, pero sobre las mujeres con discapacidad como siempre absoluta indiferencia.

Solo es que decidamos ser madres para que la familia, los amigos de la familia, vecinos, médicos, el de la iglesia, el de la tienda, la señora de la esquina, el del bus, el vendedor informal y cualquiera opine, sí, porque cualquiera se cree con derecho de juzgar y criticar nuestras decisiones, para generar el mayor escándalo y ser el centro de atención.

Es el caso de Paola Pulido, mujer con discapacidad visual, que a los 18 años queda en embarazo y desde allí comienza el amplio listado de reproches y ofensas contra ella. Sus familiares le repetían que no podía tener ese bebé, porque iba a nacer ciego, con síndrome de Down, que ella no servía para nada y todos los descalificativos que sirvieran para persuadirla y llevarla a que abortara.

Sobre nosotras recaen fuertemente imaginarios sociales como, por ejemplo, en la familia: una dinámica de infantilización, que anclada en el imaginario social que configura al niño como ser vulnerable y requerido de protección lleva a la naturalización y legitimación de todas las formas de regulación y control, impidiéndole a la mujer con discapacidad su desarrollo y especialmente, vulnerando sus derechos sexuales y reproductivos.

“A mí me trataron de hacer abortar varias veces, aunque al principio lo pensé, pero pues no, porque de todas maneras yo no soy Dios para quitarle la vida a una personita que no tiene la culpa de venir a este mundo. Todos me decían cosas como que las personas ciegas no deberían existir”, menciona Paola, reflexiva, pero quien con el ímpetu que la caracteriza, continuó firme en su decisión de ser madre.

El día que Paola se realiza la primera prueba de embarazo lo hace en una droguería, cuenta que es muy nerviosa y que esto le produce una risa constante, lo que la señora que la atendió interpreta como burla y le recalcó: “Usted se está burlando de que está embarazada ¿usted cómo va a responder por ese muchachito?”. Es tal el atrevimiento de esta mujer que le ofrece unas pastillas para que aborte, resaltándole: “Usted no es una persona normal”.

Con relación a lo anterior, en el escenario social se evidencia una clara correspondencia con las construcciones de sentido visibilizadas en el escenario de la familia infantilizando a la mujer, sumado al señalamiento de anormalidad y en la intimidad, se impone la negación e inhibición de la sexualidad y el erotismo, razones suficientes para negarle la maternidad a las mujeres con discapacidad.

Las constantes ofensas de su familia hacen que Paola tome la decisión de irse a donde una amiga a pasar su embarazo, los únicos que la apoyaron fueron su madre y su padrastro y como muchas jóvenes a esa edad, ella soñaba con estudiar y lograr un proyecto de vida: “Mi mamá me decía que tomara la decisión que quisiera y yo decidí tenerlo”, recuerda Paola. Hoy en día su hija ya tiene 12 años.

A nosotras se nos niega todo, incluso los roles que tradicionalmente se le otorgan a la mujer, por una parte, el de ser esposa y por la otra, el de ser madre y la que se atreva a desafiar estos límites es juzgada, violentada y estigmatizada.

Llegó la hora del primer control, momento que Paola retrasó, pues tenía miedo que le hicieran algo a ella o su bebé para hacerla abortar. Por fortuna, dio con una doctora profesional, pero las críticas y maltrato volvieron con la primera ecografía, los doctores le insistían en que no tuviera la niña, que ella efectivamente estando así no podía tener una hija, que no iba a ser capaz, ni sería una buena madre.

Aunque muy joven, Paola estaba decidida a ser madre. Tantas críticas y rechazo le generaron confusión y dudas sobre el cuidado de su hija, además, la situación económica que estaba viviendo era bastante difícil lo que aumentaba su incertidumbre.  El viernes 28 de mayo de 2010 acudió al hospital San Rafael porque tenía mucho dolor, pero el médico que la atendió, a diferencia de otros, fue amable y respetuoso, le dijo que regresara el lunes siguiente.

De regreso al hospital, el día lunes 31 de mayo, se enfrenta nuevamente a la violencia ejercida por los médicos: “La doctora encargada no quería atenderme y me trataba y hablaba muy feo, me dijo: “¡Ay! yo no entiendo porque los ciegos tienen que traer niños al mundo si son personas que no se saben cuidar ni ellas mismas”, y otro montón de ofensas. “Ella me hizo sentir muy mal, lo que me produjo una enorme tristeza”.

Una práctica aterradora en Colombia, naturalizada por algunos médicos y familiares de mujeres con discapacidad, es la esterilización forzada y aunque no existe una investigación seria o cifras exactas de cuántas mujeres en esta condición han sido esterilizadas o a cuántas se les han vulnerado los derechos sexuales y reproductivos, vale la pena señalar que sí se presentan estos casos.

En nuestro país existe la sentencia T573 de 2016, que prohíbe la esterilización quirúrgica en mujeres y menores de edad en situación de discapacidad, sin embargo, este procedimiento es aprobado por varios profesionales de la salud y muchas mujeres con discapacidad son ingresadas al quirófano sin saber ni siquiera a que se van a enfrentar, siendo esto no solamente discriminación, sino un acto claro de violencia y fobia hacia nosotras.

En la sala de cuidados especiales, a Paola le ponen medicamentos para inducir el parto, tenía mucho dolor y se encontraba muy preocupada porque no dilataba, situación a la que las enfermeras eran completamente indiferentes. Después de varias horas sin atención, Paola ya no aguanta más y le dice a su madre que la acompañaba en la sala, que tenía muchas ganas de pujar, a lo que su madre le responde que lo hiciera, al ver esto las enfermeras la revisan e inmediatamente la trasladan a la sala de partos.

En este lugar continúan los maltratos, una enfermera le dice al doctor: “Esa muchacha que va a poder tener esa niña, es ciega”, a lo que el Doctor molesto le responde: “Ella va a tener la niña con el estómago no con los ojos…usted sí hace unos comentarios…”. La bebé estaba dormida, lo que dificultaba el parto, aunque Paola solicitó una cesárea no se la realizaron, después de mucho esfuerzo, su hija nació por parto natural.

Paola perdió mucha sangre, tenía una fuerte hemorragia y debían operarla con urgencia, por lo que la debían anestesiar, el supuesto profesional que iba a realizar este procedimiento le hablaba muy feo, la gritaba y le dijo: “Ahora es que se mueva y verá que queda inválida” y agregó: “y ciega e inválida que vamos a hacer, es complicado cargar con usted”.

“Yo me sentí muy mal, me dieron muchas ganas de llorar, pero no le di el gusto a ese señor”, menciona Paola. Le aplicaron la inyección en la columna e inició la cirugía, ella escuchaba todo, un doctor le dice al anestesiólogo: “Donde esa muchacha se muera nos demandan” a lo que él responde: “Que nos van a demandar, eso le hacemos es un favor a la mamá”. Una enfermera le reclama: “Usted siempre trata mal a los pacientes, ojalá alguno ponga la queja”.

“Yo no sentía ni las piernas ni nada, porque estaba anestesiada, eso me cogió de mala manera y me tiró como un muñeco en esa otra cama, empezó a insultarme, me espichaba el estómago súper duro, hasta que otro doctor que estaba ahí le dijo: “Oiga, doctor, no sea así, venga, yo me encargo de esta paciente porque usted la va a matar”. Recuerda Paola con dolor.

Después, de esta situación, Paola es trasladada a la UCI y luego de varias horas cuando ya se encontraba estable a sala de recuperación, acompañada de su madre todo iba mejor, pero al menor descuido las enfermeras continuaban con las ofensas, hablaban sobre el porqué le habían dejado tener la niña, que debieron operarla desde pequeña, entre otras cosas.

El colmo fue que mientras que la madre de Paola salió de la clínica a conseguir un dinero para pagar gastos hospitalarios, le enviaron una delegada del Bienestar Familiar con el objetivo de quitarle la custodia de la niña. Paola es alertada por una doctora que le recomienda que alce a la bebé y que no se la vaya dejar quitar, posterior a un amplio interrogatorio efectuado por esa funcionaria y el compromiso de asistir a varias citaciones, es dejada en paz.

Lamentablemente, el caso de Paola es repetitivo en nuestro país, algunos han sido registrados por esta autora, pero la mayoría quedan en el olvido, porque a los periodistas estos temas no les interesan y las mujeres con discapacidad no denuncian por la cantidad de trámites para hacerlo, la poca atención de las autoridades y el consejo de sus familiares que les insisten en que es mejor dejar así.

Paola no denunció por el desconocimiento, además, se acostumbró a ser maltratada, incluso por algunos familiares, cualquiera la juzgaba y criticaba, pensaba que eso era lo normal, la vida que a ella le había tocado. Fue tan dolorosa esa situación que tampoco hablaba de eso y cuando decidió hacerlo con una sicóloga, le dijo: “Usted se lo buscó para que quedó embarazada tan niña, ustedes piensan primero en embarazarse y luego en estudiar”.

La sobreprotección, las inseguridades ocasionadas por ésta misma razón, el control excesivo de los padres o cuidadores, la infantilización, la falta de autonomía, la poca intimidad, la diferencia corporal, el uso del bastón guía, el desconocimiento y los imaginarios sociales, anulan toda posibilidad de vivir y explorar la sexualidad de las mujeres con discapacidad.

Así mismo, se aleja toda identidad del ser mujer y se totaliza únicamente la discapacidad, invisibilizando otros aspectos identitarios, prima la discapacidad, no la humanidad, incidiendo gravemente en la autoestima de las mujeres con discapacidad, lo que influye en su sexualidad.

La sexualidad está inserta en nuestra cultura, machista y patriarcal, priman las prohibiciones; las mujeres deben tener pudor con su cuerpo y el énfasis de las relaciones sexuales se hace desde los aspectos afectivos y no desde la necesidad del deseo y del placer. Además, desde las creencias cristianas, se concibe a la mujer desde lo demoniaco o lo virginal.

Lo anterior, sumado a los imaginarios sociales genera que las mujeres con discapacidad sean consideradas niñas por siempre y como tal, que se les niegue el derecho a ser madres, al placer, a tener un proyecto de vida propio y si se desea una vida en pareja. Necesitamos más mujeres como Paola, que enfrenten lo que sea por sus decisiones, pero que también no permitan el maltrato de nadie.

Paola anhela darle a su hija la mayor cantidad de posibilidades para que alcance sus metas, que pueda estudiar, que tenga una buena calidad de vida y que logre sus sueños, pero también desea lograr los suyos, tener un empleo, estudiar y defender el hecho de ser mujer y esto último, sí que nos toca a todas las mujeres con discapacidad.

Nos cansamos de pedir permiso, de mendigar nuestros derechos, de dar explicaciones, de actuar según lo que nos diga la familia, de ocultar nuestros deseos, de no tener autonomía, de sentir miedo, de ser juzgadas, de los comentarios, de las miradas desde el imaginario de la normalidad y simplemente, de que nos nieguen ser mujeres. La que sueñe, trabaje para lograrlo; la que desee, vívalo; la que quiera salir, dé el primer paso; la que quiera una pareja, ámese, cuide de sí; la que busque compañía, sea la mejor y la que anhele ser madre, embarácese. ¿Por qué? Porque se nos da la gana y porque antes de una discapacidad somos mujeres.