Por: Tatiana Yelena Rodríguez Mojica. @tatiana_tatiy
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Alguna vez le pregunté a un Doctor en educación ¿Cuál colegio me recomienda para mi sobrina! Y la respuesta fue contundente, “uno donde sea feliz”, igualmente, donde no crean en las pruebas saber o cualquiera de esas pruebas internacionales que supuestamente miden la inteligencia y
generan que en los colegios los estudiantes constantemente vivan bajo presión y con altos niveles de estrés; tampoco uno de esos que solo preparan a los estudiantes únicamente para ser empleados y contribuir a un modelo capitalista que desecha lo que no haga parte de este; mucho
menos donde se les obligue a usar uniforme y les dejen demasiadas tareas.
Ideas como estas en un país tradicionalista, conservador y donde nos enseñan que uno vale es por lo que tiene, por lo que estudió o por el cargo que desempeña, son criticadas y por su puesto no aceptadas. Estudié en un colegio tradicional, usé uniforme, cumplía con un horario y también, con
las reglas; tuve la fortuna de compartir con niñas y niños.
Cuando era pequeña por mi discapacidad, aunque, en esa época no tenía ni idea que era una discapacidad, solo que tenía un problema visual, mi mamá buscó un colegio pequeño donde me prestaran el apoyo y atención que requería; esto después de pasar por varias instituciones donde simplemente no quisieron incluirme.
Llegué a cursar tercero de primaria al mejor lugar, un colegio que se estaba formando y donde sus fundadores contaban con una calidad humana increíble; mi madre informó mi situación visual y ellos se comprometieron a apoyarme. Recuerdo al profe Gerardo el rector del colegio y a su esposa la señora Mery con mucho cariño, el profe Gerardo un visionario, apasionado por Simón Bolívar, por la familia como la base de la sociedad y el respeto como pilar fundamental entre las relaciones humanas.
De mi vida escolar, primaria y bachillerato no tengo muchos recuerdos; ahora en mi edad adulta comprendo por qué; mi primera cirugía fue cuando tenía cinco años, una edad en que debería estar jugando y disfrutando de mi familia y no sufriendo tanto dolor, pues las intervenciones profundas en los ojos son supremamente dolorosas, de quietud y cuidados extremos; no recuerdo que pensaba en esa época.
Mi madre y mi padre con sus cuidados hacían que lo viviera de la mejor manera y lo naturalizara; cuenta mi mamá que un día llegué llorando a la casa porque otra niña en el colegio me decía ciega y se burlaba de mí, ella me dijo: “usted es como todas las personas simplemente que no ve bien”,
y yo me lo creí.
Usaba distintas estrategias, me sentaba siempre en los puestos de adelante, mi baja visión no me permitía ver lo que estaba escrito en el tablero, escribía con letra grande y tinta oscura, no alcanzaba a leer, mi madre era quien me leía y me ayudaba a realizar las tareas; cuando en clase tenía que hacer alguna actividad que me implicara leer, me ayudaban mis amigas, por fortuna contaba con ellas y su apoyo fue fundamental para mi vida escolar y personal.
En noviembre del 2024 asistí a un encuentro por los 40 años del colegio, fue maravilloso, mis compañeras y compañeros trajeron a mi memoria recuerdos que pensé que ya no tenía; en conclusión, en mi niñez y adolescencia fui feliz. La etapa del colegio para cualquier ser humano es
fundamental, se desarrolla la identidad, autonomía y autoestima.
Así mismo, la interacción con pares y maestros ayuda a formar habilidades sociales, también, al compartir con personas de distintas realidades, se desarrolla la tolerancia, la cooperación y el trabajo en equipo; lo anterior, suena súper bonito, pero que pasa cuando se atraviesa el bullying y
la discriminación.
Tuve la fortuna de compartir con pares, diversos, alegres y bastante traviesos, como en toda aula de clases, existía los apodos, ¡Los que pienso no nombrar para no molestar! El juicioso, el que no lo era tanto, el que molestaba a todos, el que se la pasaba en la puerta, la pila, la buena amiga, el solidario, la que contaba todo y otros.
El bullying ha existido toda la vida, pero por fortuna ahora se habla y se entablan acciones para prevenirlo y evitarlo.
Particularmente a mi no me hicieron bullying, recuerdo en grado noveno que teníamos un compañero nuevo bastante molesto, ofendía y se burlaba de quien pudiera, supongo que provenía de una familia disfuncional, tenía baja autoestima, y falta de empatía, también, algunos buscan dominar a otros para sentirse superiores o ganar reconocimiento social, generalmente este comportamiento tiene esas causas.
Por mi baja visión me pegaba mucho a los cuadernos para ver que estaba escrito; estaba estudiando con mis amigas para un examen de química y él se empezó a burlar de mí, mis dos escuderas Gina y Magaly lo increparon y sancionaron, pero eran dos jovencitas y el continuó con la burla, pero varios compañeros hombres, se unieron al llamado de atención y no se lo permitieron.
En Colombia somos 7 millones de personas con discapacidad y muchas de ellas fueron niñas, niños y adolescentes, ojalá tuvieran compañeras y compañeros como los que tuve; vivir con una discapacidad es para valientes, resilientes y fuertes ¡Nos toca para sobre vivir! Es impresionante
como en colegios se presentan casos de suicidio desde los 7 años y agresiones tan fuertes que marcan la vida de la persona para siempre.
Por mis cirugías faltaba por largos periodos al colegio, mis pares me molestaban y me decían que solo asistía a los eventos y paseos ¡Los que me encantaban! En quinto de primaria, un día cuando regresaba de control de una cirugía me encontré con una gran sorpresa que recordaré toda la
vida, mis compañeras y compañeros me habían ido a visitar con mi directora de grupo, asistió todo el curso y la mesa del comedor estaba llena de tarjetas y regalos.
Los regalos eran galletas, chocolates y algunas frutas, supongo que muchos no comieron todo lo de su lonchera y decidieron compartirla conmigo ¡Lo que tiene un inmenso valor! Durante mis ausencias el profe Gerardo les pedía a mis compañeras y compañeros que por favor me ayudaran a adelantar los cuadernos, aproximadamente eran 12.
También, les solicitaba que cuando yo regresara tuvieran mucho cuidado y no jugaran con balones en el salón porque me podían dar un golpe en el rostro y esto era bastante peligroso; eso me enteré gracias a un amigo que quiero mucho al que llamé para preguntarle y poder escribir estas líneas. Cuando estaba en el colegio no se hablaba de inclusión social, hace 26 años me gradué de bachillerato ¡Por favor no hagan cuentas! Pero la tuve de forma natural y genuina.
Él profe Gerardo siempre realizaba distintas acciones, que hoy llamaremos ajustes razonables, hablaba con los profesores y les pedía que me apoyaran y comprendieran mi diferencia, me permitía que faltara por largos periodos y luego, me adelantara; mis dos mosqueteras siempre me apoyaban, no permitían que nadie me molestara, ni que me tiraran papelitos o me amarraran la maleta.
Cuando necesitaba ayuda siempre me la prestaban, por ejemplo, en los exámenes de inglés y matemáticas, materias que se me dificultaban mucho porque las explicaciones eran en el tablero y yo no lo alcanzaba a ver.
Para superar los logros y pasar todas las materias tuve clases particulares, siempre he sido buena estudiante, es algo que me gusta. El bullying si se presentaba con algunos de mis compañeros, pero no en niveles de agresión que impulsara a alguno al suicidio, ni al odio extremo; el día que nos encontramos, con algunos 26 años después, la camarería, el respeto y el cariño eran evidentes.
En las aulas se debe promover el respeto a la diferencia y la solidaridad, es perjudicial que maestros sancionen a niñas y niños cuando, por ejemplo, ayudan a uno de sus compañeros cuando no sabe algo y le soplan; estas acciones se deben motivar desde la infancia; lo mejor del conocimiento es compartirlo, es premisa que se debe reconocer la ignorancia del otro para que realmente se dé un proceso de aprendizaje.
Si pudiera devolver el tiempo no me exigiría tanto, vivía con mucho estrés por querer tener siempre notas sobresalientes, dedicaría más tiempo a participar con mis compañeros en más actividades y espacios, por ejemplo, a ir donde doña Rosa ¡Una tienda donde pasábamos buenísimo! O el día que mis compañeros por todo el corredor y hasta llegar a nuestro salón pintaron pollos por todo el camino, esto en homenaje a un profesor que le decíamos el pollo y que no tenía nada de calidad humana ni del significado de ser maestro.
Ser maestra/o es una pasión, más que enseñar un montón de teorías se trata de enseñar a vivir, a amar y a lograr los sueños ¡Al fin y al cabo el conocimiento está a un clic! Ya no nos debemos aprender un montón de cosas de memoria, pero sí saber tomar decisiones, tener claro que nos
gusta y que no, contar con redes de apoyo, construir y fortalecer la identidad y para esto sirve el colegio.
En mi adolescencia usaba unas gafas súper gruesas, para que se hagan una idea como las de bety la fea, sin embargo, no vivía acomplejada, mis padres me enseñaron a tener autoestima, mi querido Doctor Ítalo, mi oftalmólogo me insistía para que usara lentes de contacto y por fin a los 16 años pude adaptarme a ellos, supongo que en algún momento me debieron molestar por mis gafas, pero realmente no lo recuerdo.
Es fundamental que en el hogar se le enseñe a niñas y niños a amarse, a aceptarse con sus particularidades, con esas diferencias que nos hacen únicos; así mismo, a que esto se refuerce en el colegio, pero es claro que esto no es responsabilidad únicamente de las maestras/os, si no primero de los padres o familiares más cercanos.
Ese sábado de noviembre estaba con muchas expectativas, me emocionaba encontrarme con compañeras/os con los que hace tiempo no compartía; esta vez yo ya no veía, por fortuna para ellos ¡Los recordaba jóvenes y bellos! Deseo por mi salud mental que no se hayan condolido por mi ceguera, no es algo que me defina.
El cariño era evidente, abrazos y risas nos inundaban, las bromas nos hacían recordar lo bien que la pasábamos, de acuerdo con el dicho popular ¡¡Es mejor atajar que arrear! Y a nuestros profesores en especial al profe Gerardo si que le tocó atajar a más de uno. Fuimos pioneros, cambiamos el uniforme, nos gustaba vernos y sentirnos bien, la primera promoción y un grupo diverso, éramos más de 30 personas, de estas 11 mujeres.
Lamentablemente, a este encuentro varios no pudieron acompañarnos, empezando por el profe Gerardo que tristemente falleció ¡Partió demasiado rápido! algunos se encuentran fuera de la ciudad y del país; mis compañeras hermosas, vanidosas, algunas decidieron ser madres, otras no,
son empresarias, trabajadoras y emprendedoras, mujeres luchadoras y perseverantes de esas típicamente colombianas, que nos llenan el corazón de orgullo.
los caballeros, algunos padres, también, trabajadores, empresarios y con un sentido del humor impresionante. Todos tienen algo en común son seres humanos con valores, felices, que superaron en algunos casos la adversidad y lograron tener un proyecto de vida.
Pregunté a la señora Mery ¿Si tenían algún programa de inclusión? La respuesta negativa, que, porque la planta física no está adaptada para personas con discapacidad, y esta es importante, pero lo es mas la actitud y los ajustes razonables para que niñas, niños y adolescentes con discapacidad puedan acceder a la educación.
Yo los tuve, ustedes están preparados ¡No tengan miedo! ¡Ojalá mas personas con discapacidad en su edad escolar fueran tratadas con respeto, comprensión y empatía y no con indiferencia, bullying e incompetencia ¡Todas y todos merecemos ser felices!
Compañeras y compañeros gracias por la alegría, el apoyo, compañía y por tantos momentos, a mis maestros gracias por el respeto a la alteridad y porque sin saberlo algunos desarrollaron estrategias de inclusión; al profe Gerardo, desde donde esté la más profunda gratitud y admiración ¡Necesitamos más maestros como usted! Y más grupos como la primera promoción del Liceo Alfredo Novel 1998.