Por: Tatiana Yelena Rodríguez Mojica. @tatiana_tatiy

En Colombia es frecuente que en distintos medios de comunicación se hable de la violencia de género, la desigualdad en los salarios y por supuesto de mujeres que se destacan. Pero poco se habla de las mujeres con discapacidad, de la violencia y el abuso a los que son sometidas, de sus necesidades, de la falta de oportunidad y el poco acceso a la educación, la salud, el trabajo y en general a las condiciones para una vida digna ¿Será que las mujeres con discapacidad no hacemos parte de esas mujeres? ¿O no somos mujeres? Pues como periodista y mujer con discapacidad visual, les ratifico que sí lo somos, así nos crean raras, feas, anormales y que consideren que siempre seremos unas niñas.

Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística DANE, el 7,2% de la población que respondió al censo 2018, dijo presentar alguna dificultad funcional para realizar sus actividades diarias, lo que se traduce en cerca de tres millones y medio de personas con discapacidad; aunque todavía no se ha publicado cuántas de estas personas son hombres y cuántas mujeres. Sin embargo, muchas personas con discapacidad no se reconocen como tal o desconocen que tienen una discapacidad; así mismo las preguntas realizadas en el censo no fueron lo suficientemente claras para poder identificarse con una discapacidad.

La Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con discapacidad (Naciones Unidas, 2006), menciona que alrededor del 10% de la población mundial, o sea 650 millones de personas viven con una discapacidad.

Los imaginarios sociales instituidos en nuestra sociedad validan y naturalizan prácticas que generan discriminación, exclusión social y van en contra de los derechos fundamentales. Se piensa que la mujer con discapacidad no es atractiva, que no puede desarrollar un oficio o ser profesional, que no puede tener una pareja, una vida sexual activa y placentera, o ser madre -si lo desea-, y en conclusión, vivir su cotidianidad en este mundo mediatizado y globalizado. Es en esa cotidianidad donde constantemente nos ven como si no fuéramos mujeres.

Uno de los derechos que más se les vulneran a las mujeres con discapacidad, son los sexuales y reproductivos, en Colombia se esterilizan las mujeres con discapacidad y peor aún sin su consentimiento, la mayoría de las veces son los padres, que a temprana edad llevan a las adolescentes para que les realicen estos procedimientos con los que algunos médicos están de acuerdo, sin importar que la ley en Colombia protege y ampara estos derechos; tampoco existen cifras ni investigaciones al respecto. Si una mujer con discapacidad decide ser madre es juzgada y constantemente criticada.

Aura Genith Prada Herrera (mujer con discapacidad visual) y Jorge Alexander Rojas quien tiene discapacidad física), son esposos hace diez años y anhelaban tener un hijo, por lo que empezaron con asesoría y exámenes médicos para que el embarazo se desarrollara de la mejor manera posible y así  hacer este sueño realidad. Cuando Aura asiste por primera vez al médico y le manifiesta su deseo de ser madre, éste trata de persuadirla y ponerle peros para evitar su embarazo, igualmente, le mandaron una cantidad exagerada de exámenes. En las citas siguientes para retirarle el dispositivo, los médicos no efectuaban el procedimiento inventando cualquier pretexto, hasta que ella, en otra cita, manifiesta que quería que lo retiraran para cambiarlo y quedar en embarazo; “en mi primer control la doctora me dijo: que si no pensaba que mi bebé se iba a traumatizar teniendo los dos padres con discapacidad. Cuando fui a tomarle la radiografía de caderas a mi hija, la doctora le dijo a mi acompañante, que por qué no llevaba a otra persona que sí le pudiera colaborar… No me aguanté y le dije que yo la bañaba, la vestía, le daba la comida y la atendía en todo momento, que por qué no le iba a colaborar, si solo era tenerle las piernas” recuerda Aura. Actualmente Emily Saray, la hija de Aura y Jorge, tiene un año y cuatro meses, es una niña sana y feliz y sus padres están dichosos en esta nueva etapa.

Debido a la discriminación y el aislamiento que viven las mujeres con discapacidad se maltrata fuertemente su autoestima, afectando sus relaciones sociales y afectivas e impidiendo su desarrollo humano.

Natalia Ríos Ortiz, quien tiene baja visión constantemente ha sido discriminada, sobretodo en la edad escolar “desde niña fui rechazada, por los profesores, compañeros de clase e incluso algunos familiares, tuve que cambiar varias veces de colegio, eso me hizo insegura y afectó mi autoestima, lloraba mucho; tenía pocos amigos. Gracias al apoyo de mis padres superé el rechazo, actualmente soy una mujer nueva, me preocupo por fortalecer mi autoestima, lograr mis sueños y deseos” menciona Natalia, quien asiste y hace parte de la Fundación Sirius Una Nueva Luz, organización que trabaja por la inclusión de personas con discapacidad visual.

La falta de autocuidado y el abandono de algunas personas con discapacidad asociadas a la extrema pobreza en que vive esta población, hacen pensar que las mujeres con discapacidad no son atractivas, ni vanidosas y que no quieren estar a la moda.

Amparo Rosas, activista y defensora de derechos humanos de personas con discapacidad y mujer con discapacidad física, ingresa a una tienda de Studio F en Armenia a comprarse un pantalón y vive la experiencia más desagradable, “tenía la intención de comprarme una elegante prenda, el lugar no estaba tan concurrido, así que sus empleados se encontraban desocupados, me extrañó que ninguna de las empleadas se me acercara a atenderme, por más que mi acompañante insistía por atención no encontrábamos una respuesta; caí en cuenta: una mujer con discapacidad no es del interés de un almacén de marca y supuse dos razones. La primera, no es éste el cuerpo para lucir la gran marca o la segunda, piensan que no soy una compradora en potencia” menciona Amparo; luego de insistir finalmente la atendieron y pudo hacer su compra. En otra ocasión le manifestó su interés a una diseñadora de zapatos sobre el modelo exclusivo que ella quería y la mujer le dice: ¿Para qué quiere usted unos zapatos así?

Son diversos los aspectos para que existan esos imaginarios sociales acerca de las mujeres con discapacidad, por ejemplo: el cuerpo de las mujeres con discapacidad, en la mayoría de las ocasiones no se ajusta a los estereotipos de belleza predominantes en nuestra sociedad, también el machismo produce que las mujeres sean consideradas débiles, necesitadas de protección y sumisas a los hombres, lo que recae fuertemente en una mujer con discapacidad creando el imaginario que debe ser obediente y cuidada toda la vida; generando lo que algunos autores han denominado una doble discriminación, por una parte el hecho de ser mujer y por la otra mujer con discapacidad.

Así mismo, en los medios de comunicación de nuestro país, no existe ni se le ha dado la oportunidad a una mujer con discapacidad para que sea periodista, presentadora, actriz, Youtuber o influencer; para que se visibilice, destaque y cambie esos imaginarios.

En el libro Mujeres con discapacidad un reto para la teoría feminista, Laura Viñuela Suárez, menciona:

“Si bien la idea de belleza no se ha asociado a las mujeres con discapaci­dad, hay otra igualmente opresora que sí se ha relacionado con ellas: la de las heroínas, referida a aquellas que han logrado «superar» su discapacidad, restándole importancia, negando los aspectos de sufrimiento y dolor”. Lo que evidentemente obliga a la mujer con discapacidad a exigirse más que las demás, produciéndoles altos niveles de estrés y creando un modelo de súper mujeres, que ponen en desventaja a todas las que no estén ahí.

Otro aspecto es que la sociedad capitalista, crea una cultura que valora a las personas en función de su productividad y se considera a la mujer con discapacidad económicamente improductiva; del mismo modo, las necesidades de las mujeres con discapacidad han permanecido ausentes del debate público, de los movimientos feministas y también de la academia.

Para finalizar dos anécdotas: me encontraba en México y un guía turístico me ofreció para uno de los recorridos, una silla de ruedas, porque así yo iba a estar feliz. En otra ocasión haciendo mi trabajo periodístico en un Sex Shop, el vendedor que se mostró aterrado y sorprendido porque yo era periodista, no quedó tranquilo hasta que me preguntó ¿usted ha usado algún juguete?

Es nuestra responsabilidad como mujeres, ganar espacios en todos los ámbitos de la vida, no solo en los que tienen que ver con discapacidad; igualmente visibilizarnos, hacer pedagogía constante de nuestra diversidad y con nuestros actos en la cotidianidad enseñar que antes de una discapacidad somos mujeres.

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